domingo, 15 de marzo de 2015

Poema 11º: "Frente al encinar"

FRENTE AL ENCINAR
de la serie "Jardín de la sangre"
incluida en la antología "Jardín de Orfeo" (1984-1988)

(de Antonio Colinas: OBRA POÉTICA COMPLETA, Siruela, Madrid, 2011)


2 comentarios:

Ramiro dijo...

Desde Grecia hasta nuestros entornos del Noroeste. Desde la madurez de la vida, retrotrayéndonos, hasta los tiempos de la infancia. La temática del poema se centra en la infancia. Satisfacción por esa época, época de oro, diríamos, según el poema, que se anhela, por ser un tiempo pasado e imposible de recuperar (época que ya no volverá a ser vivida, solo recordada). De ahí que los humanos seamos, ¿qué somos? Nada, cuando tenemos la pretensión de hacer lo más querido e imposible: rejuvenecernos, ser dominadores del Tiempo. Solo los dioses podrían ser capaces de romper las fuerzas que limitan al humano. Uno de esos límites es el Tiempo. Tales dioses, según el poema, no se han alejado como si fueran pensamientos metafísicos, sino que las plegarias quieren que se manifiesten a través de la naturaleza inmanente, en esta tierra, por ejemplo, en sus encinas y montañas. ¿Qué le pedimos a los dioses? Lo que es imposible para los hombres. Esa y no otra debe ser la función de los hombres: rogar a los dioses por lo imposible, en este caso, devolvernos al espíritu de la infancia.
Suponemos que el poeta no pretende hacerse niño, sino sentir el espíritu de la infancia. La infancia como el período de la época más apreciada, dios-infancia. ¿Por qué -podríamos profundizar- no podemos disfrutar de tal etapa de la vida en posteriores momentos? ¿Por qué perder el espíritu de la infancia que tanto apreció Nietzsche, tras la etapa del camello y el león? Quizás por una especie de súper-yo freudiano, una estructura estatal que se encarga de reglar y moralizar nuestras vidas hasta convertirnos en obedientes ciudadanos, serios y meticulosamente controladores de nuestras emociones. O unas instituciones que normalizan y provocan la obediencia y sumisión, como estructuras regladas al modo de Foucault (por ejemplo, la escuela, que se encargará de quitarnos el mundo infantil que somos). O, por culpa, como dirá Bertrand Russell, de la escuela, que reprime la creatividad y curiosidad innata de los niños.
Es posible, como dirá Savater, que la vida comience a dejar de ser “infantil”, cuando la primera reflexión filosófica adviene: la consciencia de nuestra mortalidad y carácter finito. La preocupación por el sentido de la vida y la pérdida inevitable e incontrolable de los seres queridos.

Ramiro dijo...

Ahondando en el poema de Antonio Colinas, vamos a tratar de comentar unas notas sobre el significado de ser niño. ¿Qué es ser un niño? El autor nos compromete a pensar en una etapa de la vida, nuestra segunda etapa. La segunda, porque ya hemos crecido y dejado atrás la linda etapa de amamantamiento; el poeta nos habla de ser niño, y, por tanto, el proceso de socialización comienza a adquirir cierto cuerpo. Tal proceso de inmersión social se da fundamentalmente a través del juego. El poeta quiere sentir la época del juego, del desgaste y desenfreno, donde todavía la mochila de la responsabilidad y el vacío de la vida se encuentran olvidados, pero a la espera de que el niño crezca para así hacerse presente. Cuando el niño juega se descarga una energía ilimitada donde el espacio y el tiempo quedan fuera de la consciencia y de toda preocupación. Uno juega para eternizar el momento. Un niño juega resistiendo los límites; los límites del frío o del calor, los límites del cansancio, del hambre. Se juega sin más, para jugar, porque el premio del juego es el juego mismo. ¡Eternidad, sin límites, irresponsables…! ¿No significa sentirse como un dios, un “niño-dios” como etapa más ejemplar de vivencia transfinita? Jugar sin el miedo vigilante de la moral o el pudor, sin la preponderancia de un “Yo” como fuerza egocéntrica que busca su espacio de poder, porque el niño vive la vida como el adulto vive el amor y el goce, alejado de sí y solo entonces lo más cercano a ser. Un “yo” que está más que nunca presente, pero sin que la voluntad rija la norma, porque es el juego el que es en el niño, pero gracias al niño.