domingo, 1 de marzo de 2015

Poema 10º: "La piedra"

LA PIEDRA
del libro "Valle de Sansueña"
de CANCIONES PARA UNA MÚSICA SILENTE, Siruela, Madrid, 2014

3 comentarios:

Juan dijo...

El Poema comienza con un deseo del Poeta: " me adormiré". El Poeta quiere dormir, anhela adormecerse, dejarse vencer por el sueño, anular su conciencia vigil, perder el sentido de la realidad externa, huir de las formas y apariencias, escapar de las falacias de la existencia. Desea adormirse sobre la Piedra que ha resurgido a la Luz después de tanto tiempo sepultada, siglos y siglos de inane racionalismo, delirio y desmesura científico-técnica por atrapar, conceptualizar y dominar el ser. La "Piedra angular" desechada por la fria Razón, el basamento, el cimiento, el fundamento que hace posible y sobre el que se asienta la Belleza.La muerte engendra vida, la desolación y el dolor inmanente al tránsito germina y fructifica en Vida nueva...en Verdad, "la clave de las claves", el Sancta Sanctorum del Ser: La Unidad.. la Uni-versa-lidad. En el poema aparece de forma recurrente la dualidad:Razón/Co-razón, Fuego/Frio, Cauterización( dolor )/ Sanación, Muerte/Vida...las pesadillas de la Razón que engendran monstruos frente al sueño del Corazón, " el Corazón tiene razones que la Razón no entiende" ( Pascal )...El Poeta ya duerme, se adormece, consuma el sueño en dulce duerme-vela en el regazo nutricio de la Piedra inmemorial, de la Palabra que le acuna con su melífico canto en el Verso.

ANABEL dijo...

La piedra, elemento inerte, frío, impasible, piedra muerta (para hacer más hincapié sobre este elemento terreno) es, sin embargo, por algún motivo, la materia que da vida a la vida interior del poeta ("puede cantar la piedra en el secreto de la vida interior ... la palabra").
Imagino en la escena a una persona sumergida en el silencio, en la soledad que el propio silencio confiere, esa soledad voluntariamente buscada, lejos del ajetreo diario de la existencia, no se trata de esa soledad triste, angustiosa, en la que viven los olvidados, sino otra soledad deseada para huir de los acontecimientos del día a día, esa soledad que cauteriza y sana, ayudando a dejar al margen el hecho de que el ser humano, inevitablemente y de forma obligada, se encuentra implicado en una rueda de circunstancias (muchas veces incapaz de dominarlas, pues escapan a su obediencia a pesar de su increíble afán por controlarlas), favorables o desfavorables, entre las que camina y recciona, en esa incansable rueda del tiempo. Por ello esa piedra, a pesar de ser lo más duro en el instante de desolación, contiene la simple y llana Unidad, contiene ese recinto interior donde reside la calma, estado imperturbable de descanso infinito.

Ramiro dijo...

Desde los tiempos primeros de la Filosofía, los pensadores se han acogido a “piedras ontológicas”, para asirse en la seguridad, protegerse de lo efímero y pasajero. Buscando una ontología de lo eterno, una ontología más allá de lo humano. Ejemplos como Platón o Santo Tomás dan buena prueba de ello. ¿Cómo acercarnos a nuestro mundo, que está expuesto al espacio y tiempo, si no es desde lo atemporal e informal?
Antonio Colinas en este poema-pensamiento, alude a una piedra. No es esta piedra un tótem, como podría ser la piedra Excalibur de Atapuerca. Es una piedra que nos habla del tiempo, que permite con su inmensa masa trasladarnos a otros lugares, donde quizás el hombre aún no estaba, es decir, una piedra que es testigo “de un más allá” temporal. Tampoco podemos entender esta piedra como un cuerpo indiferente, ya que reúne en sí dialécticas que la hacen genuina y única–no porque tengamos que rendirle culto, como decíamos-: prueba singular de que es el hombre el que pasa y la vida se mantiene (los estoicos dirían algo así como, el mundo seguirá cambiando, mientras la vida seguirá igual). La dialéctica que acoge la piedra es: ser vida y piedra al mismo tiempo; ser fuego y fría; dura y frágil…Creemos que estas aparentes contradicciones quieren recalcar la perseverancia de la vida, más allá del hombre, de ahí que sea la piedra el secreto de la vida, un remanso de paz más allá de lo efímero. Y también, ¡porqué no!, una garantía de reposo y curación, para un hombre frágil y cansado –como lo serían para un Platón y un Santo Tomás sus “piedras ontológicas”-, que observa en la gran piedra la conservación de la naturaleza y un remanso de paz.