NACIMIENTO AL AMOR
de la serie "...Y los bosques de otoño en fuego han de trocarse"
incluida en la antología "Preludios a una noche total" (octubre 1967-junio 1968)
Escrito de mano del poeta
y dedicado para nuestro Centro
(posiblemente en la década de los 90):
de la serie "...Y los bosques de otoño en fuego han de trocarse"
incluida en la antología "Preludios a una noche total" (octubre 1967-junio 1968)
Escrito de mano del poeta
y dedicado para nuestro Centro
(posiblemente en la década de los 90):
(Conservamos este manuscrito enmarcado y luciendo en un despacho del Instituto) |
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Los poetas, en general, suelen dedicar palabras y cantos de alabanza al tema del amor, expresando la belleza del mismo (o sus desencantos). Tal es el caso de Pablo Neruda con sus “Cien sonetos de amor”, o “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, entre otros. Antonio Colinas, siguiendo esta misma dinámica, nos presenta en este manuscrito cómo suceden los momentos en los que el amor brota en la vida de la persona, envolviéndola en esa “música que embriaga el corazón” y llenándola de regocijo.
Aunque explícitamente el último verso indica que el poema transcurre en un escenario otoñal: “cuando llegó el otoño, nacimos al amor”, lo sabemos por anticipado cuando menciona: “de vez en cuando el viento dejaba alguna hoja
sobre la yerba oscura, entre los troncos mudos”; es una descripción perfecta de un bello y nocturno paisaje otoñal: “llovían las estrellas sobre las copas…”, “cuando la luna roja decreció…”.
El inevitable deseo por la persona amada se desprende de los versos: “llenos de fiebre tuve mis labios que sonaban encima de su piel”, “y yo contaba cada sofoco dulce de su voz, cada poro de su mejilla cálida”. Amor y deseo van creciendo a la par, surgiendo un universo de ilusiones en los que quedan lejos el mundanal ruido y las dificultades, para dar paso a ese halo de hermosura que supone otro estado emocional del ser humano.
En un lugar, que podría ser cualquier lugar. Bajo algún clima, que podría ser cualquier clima, surge la pasión amorosa, sin que nadie decida racional ni lógicamente el día, la hora o la estación en la que devendrá su amor. Y sin embargo, el amor empapa la voluntad, nos envuelve y embriaga en un encuentro íntimo con nosotros, a partir de lo que no somos.
Ejemplo magnífico de temática donde se subraya el crecimiento existencial del hombre, sin ser él, el partícipe dominador ni creador de su propia obra.
¿Cómo poder ser en máxima esencia respecto de una realidad que, empero, no decidimos en a priori alguno? ¿De dónde nace el amor, que me tiene temblando, sin yo pretender de antemano su diseño y planificación? Inundados de amor –Colinas nos dice, “nacidos al amor”; no nos dice, creadores del amor; ni constructores o diseñadores del amor; ni inventores del amor- nos tambaleamos por entero: factores biológicos-emocionales, que, estaban como latentes, se destapan: piel, sudores, lágrimas, labios, pupilas…proyectados a la pasión; una pasión que enamora, lejos del protagonismo único de una voluntad humana. Pues el amor nos sobrepasa y supera. No conoce espacios, es más, desconoce todos los espacios pudiendo nacer en cualquiera, de entre los campos más ortigados o las relaciones humanas más espinosas. Perfectamente puede el amor nacer en otoño. Igualmente en el otoño de la vida. Lo cierto es que nuestras pupilas resaltan la belleza de lo que nos rodea, cobrando todo un sentido armonioso. Y, ¡cómo no!: destacando lo bello y tierno en lo que no lo es, o pudiera pasar desapercibido.
En este poema hay pasión, hay pruebas evidentes de ruptura con cualquier implantación de una individualidad egoísta. Hay pruebas en él de que nos encontramos en la fase primeriza del amor: el enamoramiento, la embriaguez – porque nos sobrecoge- de la pasión, previa a la racionalidad del querer.
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