incluida en la antología "Libro de la mansedumbre" (1999-2002)
(de Antonio Colinas: OBRA POÉTICA COMPLETA, Siruela, Madrid, 2011)
2 comentarios:
Ramiro
dijo...
Este poema nos muestra la pena de una persona hacia un ser que no es humano y sin embargo hay muestras evidentes de dolor por su muerte. Los animales y las personas compartimos un límite biológico, pero ese límite nos es conocido como una experiencia profunda, filosófica dicen algunos, solo por las personas; pues sabemos que moriremos y que tal finitud nos compromete a lo largo de la vida. Por tanto, tal límite en las personas implica mucho más que el acto o hecho de la muerte, pues también, nos embauca desde bien pequeños en un preguntar por el sentido de la vida, por el sentido nuestro en esta vida. Eso significa ser mortal. Colinas incluye en el círculo familiar a un ser no humano, a un animal que está llegando a su fin. Nadie diría que ese perro es ajeno al hombre, o que ha sido utilizado como herramienta de trabajo sin más; nadie diría leyendo estos versos que es un perro tratado como una bestia irracional, o entendido como una máquina, tal y como la tradición mecanicista de Descartes y Gómez Pereira tratará. El perro es considerado “humanamente” según los lazos afectivos del hombre; en este caso, domesticado como fiel animal de compañía, cuyos sentimientos han estado presentes y reconocidos; cuya inteligencia ha sido percibida por su compañero. Nadie diría que la muerte de este familiar-perro es ajena al sentido de la vida de las personas. Casi parece que no muriera, sino que falleciera, un ser que ha sido dotado de biografía –docilidad y fidelidad siempre presente-, de piedad –del hombre hacia el animal-, y cuya vida parece transcender más allá de su cadáver (cuidándose, delicadamente el autor, de no concretarnos un lugar similar al trasmundo humano). Un ser que, por casi fallecer y no morir, parece adquirir notas personales, “detrás del muro intuimos tu muerte”. ¡Qué muestras de esplendor nos celebra Colinas en este poema!; la inmensidad del hombre por irradiar en los animales la luz de nuestro ser, respetando la existencia y dignificándola, incluyendo como semejantes lo que es tan diferente.
Así como Juan Ramón Jiménez escogió a Platero en su hermosa narración lírica (“Platero es un burro pequeño, peludo, suave, tan blanco por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…Es tierno y mimoso como un niño…”), Antonio Colinas elige a su perro como protagonista de este poema, expresando con especial sensibilidad los progresivos instantes de la pérdida. En ambos casos, se comparten momentos en los que la compañía y una mirada significan una comunicación plena, trascendente, más allá de la palabra. A pesar de la oscuridad y dolor que emite la muerte, este poema está lleno de luz, lleno de emotividad, pues el poeta desnuda sus sentimientos ante un ser tan entrañable que le ha acompañado, probablemente, durante años. El verso “como llama en lucerna sin aceite”, recoge ese escaso hilo de vida que aún existe, pero que va desapareciendo poco a poco, es entonces cuando brota el dolor con fuerza, por ese vínculo afectivo que el tiempo ha ido labrando. La vida de su perro es como una lucerna que ya no es capaz de dar más luz, puesto que no tiene aceite y, tristemente, esa llama de luz no va a tardar en apagarse. Ahora tan sólo queda ese gran vacío en los lugares en los que el animal correteaba alegremente: en el jardín reina el silencio e igualmente en el bosque, donde sus ladridos acompañaban en la noche a los ruiseñores de junio. Todo quedará en el recuerdo, pero el lugar que ha ocupado en su vida, siempre persistirá.
2 comentarios:
Este poema nos muestra la pena de una persona hacia un ser que no es humano y sin embargo hay muestras evidentes de dolor por su muerte. Los animales y las personas compartimos un límite biológico, pero ese límite nos es conocido como una experiencia profunda, filosófica dicen algunos, solo por las personas; pues sabemos que moriremos y que tal finitud nos compromete a lo largo de la vida. Por tanto, tal límite en las personas implica mucho más que el acto o hecho de la muerte, pues también, nos embauca desde bien pequeños en un preguntar por el sentido de la vida, por el sentido nuestro en esta vida. Eso significa ser mortal. Colinas incluye en el círculo familiar a un ser no humano, a un animal que está llegando a su fin. Nadie diría que ese perro es ajeno al hombre, o que ha sido utilizado como herramienta de trabajo sin más; nadie diría leyendo estos versos que es un perro tratado como una bestia irracional, o entendido como una máquina, tal y como la tradición mecanicista de Descartes y Gómez Pereira tratará. El perro es considerado “humanamente” según los lazos afectivos del hombre; en este caso, domesticado como fiel animal de compañía, cuyos sentimientos han estado presentes y reconocidos; cuya inteligencia ha sido percibida por su compañero. Nadie diría que la muerte de este familiar-perro es ajena al sentido de la vida de las personas. Casi parece que no muriera, sino que falleciera, un ser que ha sido dotado de biografía –docilidad y fidelidad siempre presente-, de piedad –del hombre hacia el animal-, y cuya vida parece transcender más allá de su cadáver (cuidándose, delicadamente el autor, de no concretarnos un lugar similar al trasmundo humano). Un ser que, por casi fallecer y no morir, parece adquirir notas personales, “detrás del muro intuimos tu muerte”. ¡Qué muestras de esplendor nos celebra Colinas en este poema!; la inmensidad del hombre por irradiar en los animales la luz de nuestro ser, respetando la existencia y dignificándola, incluyendo como semejantes lo que es tan diferente.
Anabel
Así como Juan Ramón Jiménez escogió a Platero en su hermosa narración lírica (“Platero es un burro pequeño, peludo, suave, tan blanco por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…Es tierno y mimoso como un niño…”), Antonio Colinas elige a su perro como protagonista de este poema, expresando con especial sensibilidad los progresivos instantes de la pérdida. En ambos casos, se comparten momentos en los que la compañía y una mirada significan una comunicación plena, trascendente, más allá de la palabra.
A pesar de la oscuridad y dolor que emite la muerte, este poema está lleno de luz, lleno de emotividad, pues el poeta desnuda sus sentimientos ante un ser tan entrañable que le ha acompañado, probablemente, durante años.
El verso “como llama en lucerna sin aceite”, recoge ese escaso hilo de vida que aún existe, pero que va desapareciendo poco a poco, es entonces cuando brota el dolor con fuerza, por ese vínculo afectivo que el tiempo ha ido labrando. La vida de su perro es como una lucerna que ya no es capaz de dar más luz, puesto que no tiene aceite y, tristemente, esa llama de luz no va a tardar en apagarse. Ahora tan sólo queda ese gran vacío en los lugares en los que el animal correteaba alegremente: en el jardín reina el silencio e igualmente en el bosque, donde sus ladridos acompañaban en la noche a los ruiseñores de junio.
Todo quedará en el recuerdo, pero el lugar que ha ocupado en su vida, siempre persistirá.
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